MUSICA: MARTA LUNA, DIRECTORA DE ORQUESTA
( Diario Clarín, sección Espectáculos, por Laura Gentile )
No es común su oficio para una mujer. Sí, sí, pleno siglo XXI, liberación femenina, etcétera, pero en la música una directora de orquesta continúa siendo algo poco habitual. Ejemplo, la prestigiosa Orquesta Filarmónica de Berlín fue dirigida por una mujer recién en 1997. Bueno, eso es Marta Luna y eso hace en cada función de La Verbena de la Paloma, en donde dirige, entre otros, a músicos y cantantes del Teatro Colón.
Foto 1: Martita a los tres años en Paraná, Entre Ríos, deambulando entre trompetas, saxos y clarinetes. «Yo me crié adentro de una orquesta —recuerda—. Mi papá era trompetista y tenía una orquesta de jazz, los músicos eran como mis tíos, todo eso fue mi gran escuela de vida». Semejante infancia le dejó dos huellas: un contacto «sanguíneo y visceral» con la música y lo que ella llama «un oído muy orquestal». «Yo siempre entendí la música de a muchos instrumentos», asegura.
Antes de primer grado Martita ya sabía leer y tocar música. Antes de terminar la secundaria ya sabía que quería ser directora de orquesta. Con esas intenciones entró al Instituto Superior de Música de la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe.
Foto 2: Marta entrando al aula del Instituto en el primer día de clases, unos segundos bastaron para notar que era la única mujer en la sala. «Hasta el momento yo no me planteaba si era raro o no querer ser directora de orquesta, pero ahí, por primera vez, me pregunté ¿será posible?«.
La respuesta llegó en forma de invitación a una presentación en el Teatro Colón de la directora de orquesta venezolana Carmen Moral. «Al verla dije: Ah, no es imposible«.
Marta asegura que siempre recibió apoyo y afecto de sus maestros, «siga Luna, tiene pasta», es una frase que resonó muchas veces en sus oídos. «De todos modos, yo internamente no tenía frenos y aunque me los pusieran iba a seguir igual».
Con el deseo tan claro estudió piano, armonía, dirección coral y dirección orquestal. A los 25 años, formó una orquesta de cámara con jóvenes destacados y profesores experimentados de las sinfónicas de Santa Fe y Entre Ríos. Cuando decidió mudarse a Buenos Aires para tomar clases con el maestro Pedro Ignacio Calderón ya tenía un marido, músico también (flautista), y dos hijas pequeñas. Después estudió en París con Jean Fournet y también hizo la carrera del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, para poder dirigir ópera.
Todo intento de sondear el por qué de la escasez de mujeres en el oficio la pone en guardia y hace esfuerzos por medir las palabras. En primer lugar intenta salirse del microclima música: «Hay una mentalidad masculina en la sociedad y las mujeres tenemos que prepararnos para ganar un espacio», describe cuidadosa. Y aunque no está de acuerdo con «la ley de cupo femenino», reconoce que «las mujeres debemos ser más eficientes que los hombres para abrirnos paso, esa es la realidad».
¿Notó reacciones especiales de los músicos frente a una directora mujer?
Me cuesta generalizar. Es cierto que hay algunos a los que mucho no les gusta que los dirija una mujer, pero también me pasó en orquestas que dirigí como invitada, que me dijeran «venga más seguido», porque conmigo todos estaban más mansos y bonachones.
Por momentos se le escapan insinuaciones, como referirse al simbólico poder de la batuta. Entonces en vez de explicar con críticas el status quo musical que determina que no haya tantas muchas mujeres en oficios de mando, prefiere recurrir a una versión positiva de lo que significa la dirección: «La verdadera misión del director es estar al servicio de la obra, el director es un medio, un intérprete, ése es el sentido de estar parado frente al resto, el único motivo que lo justifica».